Hace poco leía un artículo de Francis Flynn, un sociólogo muy renombrado que exploraba la influencia de la tendencia de las personas a sentirse culpables por su capacidad de liderazgo. Flynn diferenciaba en ese artículo estas dos emociones: la culpa y la vergüenza.
Para Flynn, la diferencia entre ambas radica en que la gente que experimenta culpa, lo hace cuando tiene una responsabilidad que no ha podido estar a su altura, y esa emoción se centra en el fracaso. Mientras que la vergüenza, que también surge de una falla a la altura de una responsabilidad, se experimenta cuando uno se siente como una mala persona, por razón del mismo fracaso.
El artículo mencionaba un estudio, donde se midieron la culpa y la vergüenza con cuestionarios en los que se pedía a la gente que pensara en qué había fallado; en alguna tarea o en alguna responsabilidad importante. Calificaron tanto el grado en el que se sentían mal por lo sucedido (es decir, la culpa), así como el grado en el que se sentirían mal consigo mismos (es decir, la vergüenza). También calificaron su sentido de responsabilidad ante los demás.
Es muy curioso, pero el indicador más fuerte sobre la predicción de quién sería un mejor líder fue el grado en el que los participantes lograban experimentar la culpabilidad; es decir, aquellos que lograron sentirse culpables como resultado de algún fracaso. Por lo tanto, la tendencia a experimentar la culpa fue uno de los indicadores más poderosos para predecir el éxito como líder, en otras palabras, las personas que lograban sentirse con cierto grado de culpabilidad, en lugar de tener vergüenza, lograba predecir lo bueno que un líder puede llegar a ser.
Entonces, ¿por qué la tendencia a sentirse culpable puede jugar un papel tan importante en el liderazgo? La respuesta es muy simple: porque predice el sentido de la responsabilidad hacia los demás, lo que sugiere que la culpabilidad influye en tu sentido de la responsabilidad hacia tu equipo, y que a su vez impacta en el grado de éxito de tu capacidad como líder. Por lo tanto, al aceptar la culpa ante tu equipo, a la hora de no conseguir un resultado esperado, consigues que tu grupo se una, y así se puede aprender de los errores cometidos.
En cambio, cuando sientes y muestras vergüenza ante tu equipo, por el sentimiento de no haber logrado los objetivos, el sentimiento te muestra como una mala persona, como un mal líder, lo cual tiende a minimizar e impactar al equipo, de tal forma que deteriora la unidad y los lleva de más a menos.
Recuerdo un día en que, durante una de mis asignaciones como Gerente General, tuve que transmitir una directiva poco empática a mi organización que iba de alguna forma en contra de mis propias convicciones. Lo llevé a cabo con gran ejecución para cumplir con el mandato de mis superiores, pero de alguna forma sentí que me había equivocado al hacerlo. El sentimiento inmediato que surgió fue la culpa; una señal de que había actuado en contra de mis valores, opiniones y puntos de vista.
Pasaron varios meses para digerirlo, hasta que pude hablarlo en persona y de forma presencial con quien era mi jefe en ese momento, ya que él vivía en otro país. Lo compartí con él, dejándole saber que aun cuando logramos ejecutarlo tal y como se había solicitado, no me sentía bien, ya que consideraba que tal vez hubiese podido haber otras alternativas antes de terminar tantas carreras como parte de la restructura solicitada como parte de un ejercicio de eficiencia organizacional. Me sentía culpable, ya que cargaba con todo el peso de las carreras profesionales y de tantas familias que habíamos dejado en la calle.
Mi jefe, quien ha sido uno de los mejores líderes, con quien me he cruzado en mi carrera y quien sigue siendo al día de hoy uno de mis mentores, me escuchó y me hizo sentir su empatía y compasión ante lo ocurrido y de lo cual aprendí mucho; pero también me pidió que, en lo sucesivo, cuando se presentaran situaciones difíciles y con las cuales no me sintiera alineado al 100 %, lo hablara con sinceridad y lo compartiera acompañándolo con alternativas viables para poder ponderar su verdadera factibilidad. De esta forma, al menos tomaría la iniciativa de forma proactiva y no reactiva, lo cual siempre me permitiría ser parte del problema, y por lo tanto de la mejor decisión, poniendo todo en perspectiva. Desde entonces comprendí que la culpa casi siempre lleva un poco de responsabilidad por omisión y por no querer confrontar, tal vez, discusiones difíciles en su apropiado momento.
Te comparto esto, ya que creo que en lugar de atormentarnos porque actuamos erróneamente o de debatirnos si debemos o no debemos sentirnos culpables, lo que podemos hacer es gestionar la culpa, porque ignorarla solo hace que crezca y se vuelva nociva en nuestro interior, como un monstruo que nos consume de a poquito.
La culpa es como esa amiga molesta que siempre señala nuestros errores. En lugar de alejarnos de ella, podemos abrazarla con fuerza. Cuando intimamos con la culpa; cuando la conocemos cara a cara, podemos gestionarla de manera que no nos duela ni entorpezca el camino.
La gestión de la culpa se convierte en una habilidad clave para un liderazgo bien integrado y consciente. Al trabajar en conjunto con otras emociones clave, podemos transformarla en un catalizador para nuestro crecimiento personal y profesional.
Entonces, con base en lo anterior, es importante cuestionarnos: ¿Qué puedes hacer para que la culpa no derive en vergüenza?
1- Reconoce y acepta tu culpa como el líder que eres o quieres ser.
No permitas que otros te digan cómo debes sentirte. Eres el capitán de tu propio barco emocional. ¡Toma el control! y enfrenta la culpa de manera constructiva. Al asumir la responsabilidad de tus acciones, demuestras tu madurez y disposición para aprender y crecer.
2- Mira con atención a tu culpa.
Cuando te enfrentes a la culpa, no la ignores ni la evadas. Explora las raíces de tus acciones para evitar que se repitan en el futuro. Puedes preguntarte: “¿Por qué actué de esa manera?” “¿Qué me impulsó a dejar de lado mis valores?”
Al contestarlas, estarás explorando las raíces de tus acciones, lo cual es crucial para evitar que se repitan en el futuro.
3- Expresa un deseo ambicioso de crecimiento personal.
Comprométete a aprender de tus errores y conviértete en un líder más fuerte y consciente. La culpa es solo una llamada de atención para superarte. ¡Aprovecha la oportunidad de ser un mejor líder!
Al hacerlo, te estarás empoderando para superar tus limitaciones y alcanzar tu máximo potencial. Recuerda, la culpa es solo el primer paso en el camino hacia la mejora continua.
4- Actúa y ayuda a aquellos que también se sienten incómodos con cómo han actuado.
Sé ese líder que brinda apoyo, comprensión y guía a los demás para que puedan liberarse de la creencia de insuficiencia.
Como líder, tienes la capacidad de influir y marcar la diferencia en la vida de las personas que te rodean. Cuando observes a otros que también se sienten incómodos con sus acciones pasadas, no te quedes pasivo, actúa de manera proactiva y ofrece tu apoyo incondicional. Comprende que todos pasamos por momentos difíciles, cometemos errores y experimentamos la culpa en algún momento. Al actuar y ayudar a los demás de esta manera, no solo estarás generando un impacto positivo en sus vidas, sino que también estarás construyendo un entorno de confianza y crecimiento en tu equipo.
Ser ese líder compasivo y guía para los demás es una muestra de tu fortaleza y capacidad de liderazgo. Inspira a otros a liberarse de la carga de la culpa y a no llegar nunca a sentirse avergonzados, enséñales a abrazar el potencial transformador que se encuentra en el aprendizaje y la superación personal. La gestión de estas emociones, de la culpa y la vergüenza, es la puerta hacia tu grandeza como el gran líder que llevas en tu interior.