¿Por qué crees que nos resulta tan complicado convivir con nuestras emociones y con las de los demás? Si lo piensas bien, únicamente tendríamos que hacernos responsables de explorar el contenido de nuestro subconsciente y cambiar aquellas creencias limitantes que nos alejan de la felicidad. De alguna forma, no puedes ser racional si eres demasiado emocional, pero también es verdad que no puedes ser racional si no logras mostrar tus emociones.
Cuando eres demasiado emocional, no quieres hacer lo que sabes que es mejor para ti. Piensa un momento: ¿cuántas veces te has rendido ante tentaciones y has ido en contra del buen juicio, como comerte ese postre extra o fumarte otro cigarrillo? Es como si no quisieras seguir el cambio que te llevará a que las cosas mejoren. Esto es lo que lo hace tan complejo.
La neurobiología, el estudio de los mecanismos generales del funcionamiento del sistema nervioso, nos dice que la racionalidad depende de un profundo sistema de regulación, compuesto por emociones y sentimientos. Por ejemplo, pensemos en una persona que ha sido diagnosticada con un tumor cerebral y requiere cirugía. Durante el procedimiento, el neurocirujano extirpa el tumor, pero accidentalmente genera una lesión en la conexión entre el lóbulo frontal (centro del pensamiento) y la amígdala cerebral (el centro de las emociones). Cuando el paciente se recupera de la operación, de alguna forma, experimenta extrañas sensaciones. Al recordar alguna tragedia de su vida, habla con desapego incompatible con la gravedad del evento, como si fuera un espectador de su vida. Esto indica que la desconexión entre pensamiento y emoción causada durante la cirugía ha apartado al paciente de sus emociones; es decir, el paciente logra pensar, pero no sentir.
En un caso tan complejo como este, el paciente mantiene su inteligencia, pero se ha convertido en una persona totalmente incapaz en la toma de decisiones: no es posible tomar ninguna decisión sin sus emociones; centro racional de la mente puede generar una serie de alternativas y argumentos, pero las decisiones requieren una facultad adicional, ya que la mente necesita evaluar el peso emocional de cada opción y elegir a través del sentimiento.
La emoción siempre es correcta. Si examinas una historia particular más allá de las emociones, encontrarás afirmaciones que pueden estar equivocadas, dado que pueden ser producto de errores de percepción o de razonamiento. Por eso la «inteligencia emocional» significa abrazar la emoción y desafiar al pensamiento. Para lograrlo, necesitas reconocer las emociones y saber cuáles son sus detonantes. Las más comunes en nuestro día a día son alegría, tristeza, entusiasmo, miedo, gratitud, enojo, culpa y vergüenza. Estas emociones se pueden manifestar de la siguiente manera:
Te sientes alegre cuando crees que algo bueno ha pasado. La felicidad es la expresión de aquello que es importante para ti con respecto al éxito. Piensa un momento dónde te sentiste alegre; probablemente fue tras conseguir algo valioso. La alegría llama a la celebración; cuando celebras, reconoces el valor de lo que lograste y enfrentas el futuro con fortaleza y esperanza.
Por el contrario, te sientes triste cuando crees que algo malo ha pasado. La tristeza es la expresión de dolor frente a una pérdida. Piensa en un momento donde te sentiste triste; probablemente fue tras algo valioso. La tristeza pide duelo, ya que es un proceso en que reconoces la importancia de la pérdida y recuperas un sentido de paz interior.
Sientes entusiasmo cuando crees que algo bueno puede llegar a suceder. Piensa en un momento en que te sentiste entusiasmado; quizá creíste que algo que valorabas estaba a tu alcance. El entusiasmo pide esfuerzo; cuando conviertes el entusiasmo en acciones concretas, aumentas la probabilidad de lograr tus objetivos.
Ahora hablemos sobre una emoción muy importante, el miedo. Sientes temor cuando crees que algo malo puede ocurrir. Recuerda alguna situación en la que te sentiste así; es probable que algo que valorabas estaba en riesgo. El miedo pide protección; entonces, cuando conviertes el miedo en acciones específicas, disminuyes la probabilidad, o el impacto, de una posible pérdida.
Otra emoción importante es la gratitud. Sientes gratitud cuando crees que alguien hizo más por ti de lo que tenía que hacer. Piensa ahora en un momento en el que te sentiste agradecido; probablemente alguien te ayudó a conseguir algo que valorabas. La gratitud pide apreciación, y al agradecer a las personas que te han ayudado, reconoces su esfuerzo y el impacto en tu bienestar.
Por otro lado, te sientes enojado cuando crees que alguien te ha hecho daño indebidamente. ¿En qué momento de tu vida te has sentido verdaderamente enojado? Quizá fue debido a alguna transgresión, ya que alguien dañó algo que tu valorabas. El enojo pide un reclamo, un esfuerzo para restablecer los límites transgredidos; también, pide reparación del daño y protección en el futuro. Al expresar el enojo de manera productiva, reafirmas tus valores y reduces la posibilidad de que seas lastimado nuevamente.
Ahora bien, las emociones «negativas» como la culpa y la vergüenza desempeñan un papel importante en tu vida, dado que son indicadores de que algo tiene que cambiar. Te sientes culpable cuando crees que hiciste algo que no va de acuerdo a tus valores y que, a través de esto, le has hecho daño a alguien que te importa. La culpa exige una disculpa, un esfuerzo para reparar y volver a comprometerte con el valor que no pudiste demostrar. La culpa también pide reparar lo que lastimaste; al expresar tu culpa productivamente, restauras tu integridad. Entonces, de alguna forma, la culpa llega a ser saludable, pero la vergüenza no. Te sientes avergonzado cuando crees que eres inconsistente con tus valores y cuando sientes que estás equivocado. Es una emoción muy profunda y de una vibración muy baja. Hay un juicio interior de que algo fundamental está mal contigo. Por ello, no existe una expresión saludable de vergüenza, la única cosa saludable de ella es reconocerla y trabajar para que se disuelva.
La angustia, el miedo y el enojo son emociones dolorosas. Con cada una de ellas incurres en una «deuda emocional» y si no la pagas, pues caes en un tipo de bancarrota emocional. Al reprimir el flujo de tus sentimientos, te hundes en estados de ánimo negativos como la resignación, el resentimiento y la depresión. En cambio, la alegría, el entusiasmo y la gratitud son emociones placenteras, pero si no las reconoces, puedes correr el riesgo de apartarlas de tu vida.
La regulación emocional mal gestionada puede llevarte a dos malas estrategias: explosión y represión. Puedes llegar a explotar sin examinar las bases de tus emociones y sus efectos. Estas acciones suelen perpetuar el ciclo de sufrimiento. Gritar a los demás nunca resuelve el problema; al contrario, usualmente lo hace peor. Es posible que hayas aprendido a controlar tu ira permaneciendo impasible en el exterior mientras estás hirviendo por dentro. Esa presión se acumula hasta que alcanzas tu límite y explotas.
Regular tus emociones de forma efectiva involucra la expresión consciente. Para canalizar la energía emocional, tienes que reconocerla, aceptarla y entender sus orígenes. También necesitas reconocer sus impulsos, pero sin rendirte a ellos. Cuando desarrollas esta disciplina, puedes aceptar completamente lo que sientes sin actuar en contra de tus valores. Recuerda que únicamente eres responsable de tus acciones, no de tus emociones. Las emociones son buenas consejeras, así que tienes que escucharlas, sin renunciar a actuar con integridad.
Como líder bien integrado, debes tener presente que los adultos seguimos siendo animales sociales, seguimos necesitando una fuente de estabilización fuera de nosotros mismos. Eso significa que, en algunos aspectos importantes, las personas que integran tu equipo no pueden ser estables del todo por su propia cuenta. Puedes ayudar a los miembros de tu equipo a volverse más inteligentes emocionalmente, pero, antes de ayudar a los demás, debes alcanzar un buen nivel emocional tú mismo. La herramienta más importante para ayudar a otros a manejar sus emociones es la resonancia.
Imagina dos diapasones del mismo tono, uno al lado del otro. Al golpear el primero, puedes notar que también el segundo comienza a vibrar. En una relación sucede lo mismo, cada individuo actúa como un diapasón que recibe y transmite ondas emocionales. Cuando una persona tiene una reacción emocional, las vibraciones afectan a la otra persona, quien empieza a vibrar en respuesta. Si las dos personas son emocionalmente reactivas, entonces se intensificarán sus interacciones negativas. Si uno de ellos permanece centrado, puede comenzar un ciclo de apaciguamiento incluso si la otra persona permanece reactiva.
Cuando dominas la reacción ante tus emociones, puedes traer ecuanimidad a cualquier relación. Si logras permanecer centrado en medio de una situación emocionalmente cargada, puedes ayudar a otros a permanecer serenos y conscientes. Cada una de las siguientes competencias de autorregulación sirve para ayudar a otros a manejar sus emociones: reconocimiento, aceptación, desactivación y sondeo.
Reconocimiento. Aunque no podemos observar los estados anímicos internos de los demás, sí podemos detectar las señales externas. Las emociones tienen un componente físico (las mejillas sonrojadas, por ejemplo) y un componente de comportamiento (los puños apretados). Puedes hacer inferencias válidas acerca de los sentimientos del otro basado en señales emocionales observables (físicas y de comportamiento) y una comprensión de la situación del otro. Tu atribución de valores y objetivos, y tu proyección sobre el otro de la dinámica emocional que experimentarías en una situación similar. Así funciona la empatía.
Es importante aclarar que lo que infieras acerca de lo que otra persona piensa y siente, no es necesariamente lo que en verdad está experimentando. No puedes leer la mente del otro. Además, no considerar las señales emocionales tiene una gran desventaja. La mejor manera de trabajar con atribuciones (inferencias sobre el estado mental y las emociones de las otras personas) es basarlas sobre la mejor evidencia disponible, declararlas de forma tentativa (reconocer que es solamente tu interpretación) y pedirle al otro que las verifique. Por ejemplo, al darte cuenta de que un miembro del equipo está sentado con los brazos cruzados, callado y un poco distante de la mesa de reunión, podrías decir algo como: “Patricia, veo que tienes una actitud distante, quisiera saber cómo te estás sintiendo con nuestra conversación”. Esta sería una gran alternativa que evita, de alguna manera, atacar a Patricia con un cuestionamiento como: “¿Por qué estás callada? ¿Qué sucede contigo?”
Aceptación. Para trabajar con las emociones de los demás, es necesario primero aceptarlas sin juzgarlas. No sólo es inútil castigar a alguien por lo que siente, también es contraproducente. Puedes sentir la tentación de decirle a un colega que se anime o decirle a tu hijo que las cosas no son tan malas como parecen, pero tales advertencias rara vez funcionan.
Un líder que se da cuenta de que sus empleados tienen miedo a un próximo cambio organizacional, podrá sentirse inclinado a tranquilizarlos con algo como: “No hay nada de qué preocuparse”. Posiblemente, tenga buenas intenciones, pero lo más probable es que su declaración asuste aún más a los empleados. Desafiar las emociones de otros los hace sentir juzgados, malentendidos y no respetados.
Desactivación. Nada desactiva tanto las emociones como tu propia postura relajada y centrada. No reaccionar ejerce un efecto moderador sobre emociones intensas. Aceptar la emoción del otro sin juzgarlo le ayuda a recuperar su ecuanimidad. Es posible desactivar las emociones del otro incluso en circunstancias extremas: alguien puede estar muy molesto contigo, pero no tienes que escalar el conflicto; puedes asumir la responsabilidad de la reacción que ocasionaste y hacer lo mejor para mantener la ecuanimidad.
A través de un sondeo abierto, permite que el otro exprese sus sentimientos y aquello que está pensando. Cuando entiendas mejor la historia que está detrás de su emoción, podrás tomar las medidas adecuadas para hacerle frente. Si la situación resulta inmanejable, siempre puedes separarte en paz y con integridad.
Sin una reacción, un ataque no dura mucho tiempo. Como un fuego que se queda sin combustible: el calor emocional se consumirá́ a sí mismo. Por ello, la mejor manera de recibir la emoción de otra persona es con empatía, sin juicio ni argumento. Con la finalidad de desactivar la energía agresiva y provocadora, busca la manera de estar de acuerdo con la otra persona, no te preocupes por lo incorrectas que creas que son sus opiniones; encuentra una mínima evidencia de verdad con la que puedas estar de acuerdo para que mezclarte con la energía critica de forma genuina. Evita el sarcasmo y estar a la defensiva.
Sondeo. El objetivo del sondeo es ayudar a otros a entender sus emociones y actuar hábilmente. La clave es ayudar al otro a presentar sus necesidades e intereses de manera que te permita identificar cómo satisfacerlas y, al mismo tiempo, cuidar de los tuyos. Sondear y escuchar es influir en los demás, no manipularlos; la diferencia se basa en el respeto por la autonomía. Manipular es como distorsionar información con el fin de que alguien actúe como tú deseas, creyendo que, si la otra persona hubiera sabido lo que tú sabes, no hubiera actuado de esa manera.
Para cerrar, retomo una frase que me encanta de Jorge Bucay: “No somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas”.